Tens la joia amagada a les muntanyes i als rius, tens la pau de les estrelles i el silenci del sol.
Els ocells que tu empares m'ho han dit...
Els ocells que tu empares m'ho han dit...
dimecres, 19 de novembre del 2014
Llengua, educació, sentit comú
Article de la revista Estris
www.estris.cat
Pintar un mural al local del cau. Compartir cançons i acudits en un vagó de tren atapeït. Descobrir els carrers d’un poble seguint les proves d’una gimcana. Plantar una tenda abans que els núvols de tarda descarreguin. Fer quilòmetres amb la motxilla a l’esquena intercanviant anècdotes amb els companys de ruta. Preparar una representació per a la vetllada de la nit... La llista podria ser molt més llarga. Són experiències que, setmanalment, i des de fa dècades, viuen milers d’infants i joves de les entitats d’educació en el lleure del país. Unes entitats que, sense formar part del sistema educatiu formal, saben que són una peça clau en la formació integral d’aquests infants i joves, també de les seves habilitats comunicatives. Per això, amb naturalitat però amb consciència, acostumen a fer aquestes activitats en català, la llengua pròpia del país, que és també la llengua de trobada d’una societat diversa i plurilingüe, tot incorporant amb normalitat l’ús d’altres idiomes de l’entorn geogràfic i familiar dels participants.
Els esplais i agrupaments catalans fa temps que han optat per aquest model, conscients del seu paper cohesionador als barris, pobles i ciutats i, alhora, del seu arrelament a un país amb una llengua i una cultura pròpies que, paradoxalment, no disposen de les eines necessàries per garantir el seu lloc entre les llengües i cultures vives del món.
La immersió lingüística a l’escola, tan qüestionada des del desconeixement o la mala fe com reconeguda pels professionals i les instàncies internacionals, es basa en el mateix model que, de forma natural, apliquen les entitats d’educació en el lleure: apostar pel català com a llengua vehicular, tot garantint l’aprenentatge òptim del castellà –l’altra llengua oficial- i la incorporació progressiva de terceres i, si és possible, quartes llengües.
Amb els resultats a la mà, aquest sistema garanteix el desenvolupament correcte de les habilitats comunicatives en les dues llengües oficials, la igualtat d’oportunitats dels alumnes i, el que és més important, evita la segregació en aules diferents. En qüestions de llengua, a l’escola, com a l’educació en el lleure, fa temps que s’aplica el sentit comú.
dimarts, 11 de novembre del 2014
Article interessant: hiperpaternitat
¡No
toque usted a mi hijo!
Los
padres quieren lo mejor para su prole, pero a veces el instinto de protección
es tan intenso que acarrea consecuencias negativas. La nueva hiperpaternidad ve
a los hijos como seres intocables, que tienen más miedos que nunca. Por Eva Millet
En el 2008 Álex, un profesor
universitario de Barcelona, visitó Estados Unidos por motivos de
trabajo. De aquel viaje no se le olvidará nunca esta escena, que tuvo lugar en
una librería de Washington, la capital. “Estaba con Núria, una colega,
y caminábamos por un pasillo entre las estanterías. Había un niño, de unos once
años, ojeando un libro, que nos bloqueaba el paso y Núria le tocó el hombro,
levemente, para apartarlo”. Fue un gesto casi automático, de hecho, el niño
“apenas se dio cuenta”, describe Álex: “Pero la madre… ¡Ella sí se dio
cuenta!”, recuerda. “Apareció de repente y se puso a gritarle a Núria como una
posesa, diciéndole que cómo se atrevía a tocar a su hijo y, que si lo volvía a
hacer, iba a llamar a la policía… Nos quedamos de piedra”.
Una situación similar la
vivió en Nueva York el escritor y periodista David Sedaris. La
relata en su último libro, Let’s explore diabetes with owls (Little
Brown), e implica también tocar ligeramente por el hombro a un niño. En este
caso, un adolescente que había estado grafiteando un buzón de la calle mientras
sus padres hacían la compra en un supermercado. Cuenta Sedaris que, ante aquel
acto incívico, un vecino posó su mano sobre el hombro del chico y empezó a
llamarle la atención. Cuenta también Sedaris como, al escuchar los gritos,
emergieron del supermercado los padres de la criatura, quienes corrieron junto
a su retoño. No se inmutaron, sin embargo, al oír lo que éste había estado
haciendo mientras ellos compraban. Se limitaron a encararse con el hombre
(quien seguía posando ligeramente la mano sobre el hombro del adolescente), y
le espetaron, indignados, lo siguiente:
–¿Quién le ha dado a usted
derecho a tocar a nuestro hijo?
El hombre, un poco confundido, les explicó lo
que su hijo había estado haciendo con un enorme rotulador, que yacía ahora a sus pies, pero los progenitores continuaron, indignados:
–No me importa lo que hacía mi hijo –le dijo la madre–. Usted no tiene derecho a tocar a mi hijo. ¿Quién se ha creído usted que es?
Y acto seguido, indicó a su marido que llamara a la policía, cosa que, cuenta Sedaris, el marido ya estaba haciendo.
El hombre, un poco confundido, les explicó lo
que su hijo había estado haciendo con un enorme rotulador, que yacía ahora a sus pies, pero los progenitores continuaron, indignados:
–No me importa lo que hacía mi hijo –le dijo la madre–. Usted no tiene derecho a tocar a mi hijo. ¿Quién se ha creído usted que es?
Y acto seguido, indicó a su marido que llamara a la policía, cosa que, cuenta Sedaris, el marido ya estaba haciendo.
La hiperpaternidad es
un modelo de crianza originado en Estados Unidos, basado en una incansable
supervisión por parte de los padres sobre los hijos, que se ha importado
con éxito a Europa. Y a las ya conocidas variedades de los padres
helicóptero (que sobrevuelan sin tregua las vidas de sus retoños,
pendientes de todos sus deseos y necesidades) y de los padres
apisonadora (quienes allanan sus caminos para que no se topen con
dificultades) se les ha añadido la de los padres guardaespaldas: progenitores
extremadamente susceptibles ante cualquier crítica sobre sus hijos o a que se
les toque.
Ignasi Schilt, profesor de
educación física, con casi treinta años trabajando con críos, ha vivido en
primera persona esta última versión de los hiperpadres. El año pasado era
el coordinador del equipo de monitores de una escuela pública de Barcelona, un
trabajo que dependía del ampa (la asociación de madres y padres). Un empleo que
ya no tiene desde que un mediodía abroncara a un grupo de niños por su mal
comportamiento. “Después de comer hacíamos rotación de zonas de recreo: unas
clases iban a la pista de fútbol, otras al patio, otras al gimnasio…”, explica
Ignasi. “Allí había empezado a trabajar un monitor nuevo, así que fui a ver
cómo iban las cosas”. Al abrir la puerta, vio que las cosas no iban bien: niños
y niñas descontrolados, saltando como posesos, jugando a la pelota, los zapatos
tirados por todas partes… El griterío era ensordecedor e Ignasi los mandó
callar a todos de inmediato: “Les dije que pararan –recuerda– y que no sabía si
estaba entrando en el gimnasio de la escuela o en la matanza del cerdo de mi
pueblo”. Los niños callaron pero, dos días después, el ampa recibió una carta
de un grupo de padres y madres indignados, denunciando que Ignasi había llamado
“cerdos” y “animales” a sus hijos. “Cuando me pasaron la carta, mi primera
reacción fue no creer lo que leía”, recuerda. “Después pensé que quizás no había
transmitido bien el mensaje a los niños y que ellos no lo habían transmitido
bien en casa, así que propuse una reunión con los padres, para explicarme”.
La reunión, muy concurrida
(“Ojalá en una reunión informativa de la escuela o del ampa se presentaran
tantas familias”, apostilla Ignasi), no fue bien. “Aunque hubo algunos padres
conciliadores, ganaron los reivindicativos, quienes estaban convencidos de que
había llamado “cerdos” a sus hijos”. Ignasi ya no está en la escuela después de
esto: “El ampa recibió tanta presión que me tuve que ir. Fue un acoso
y derribo”, concluye.
Del asunto, saca varias
conclusiones. La primera, que cada vez hay menos límites por parte de los
padres: “Nos creemos capaces de poder actuar sobre todo, de criticarlo todo, de
hablar sobre todo… Y es cierto que siempre ha sido así pero, la diferencia es
que ahora somos capaces de actuar, hay más medios para hacerlo, y las redes
sociales son uno de ellos”. También ha detectado que la influencia de los
progenitores es cada vez mayor en las escuelas, en especial, en
aquellas con ampas potentes. “Los padres cada vez están más involucrados en
los colegios, lo que, aunque es bueno en muchas cosas, puede también
provocar malas dinámicas”, señala. Porque pese a su labor positiva, las ampas a
veces también pueden ser plataformas para que haya progenitores que hagan lo
que ellos quieran. “En una escuela en la que trabajé, el comedor lo llevaba el
ampa, y había una madre que se metió en la organización simplemente para
diseñar el menú para sus hijos, en base a lo que les gustaba a ellos y lo que
no”.
Samanta Biosca, tutora de ESO y bachillerato en
una escuela privada de Barcelona ya desaparecida, también se ha encontrado con
este tipo de padres guardaespaldas durante sus quince años como docente. “En
varias ocasiones me han dicho, tal cual, que ‘no les iba bien’ que castigara a
su hijo a quedarse un viernes por la tarde a recuperar deberes, porque se iba
de fin de semana, o que no aceptaban que les hubiera confiscado el móvil en
clase”. También recuerda como, en unas convivencias, cuando quiso enviar a casa
a un adolescente al que pilló fumando porros, la respuesta del padre fue un
contundente: “Ni se te ocurra. Mi hijo se queda. He pagado las colonias”. Este
tipo de intervenciones, asegura, han ido aumentando en los últimos años. “Los
niños son cada vez más intocables: saben que pueden hacer lo que les da la
gana y que no les pasará nada, porque tienen detrás a sus padres, quienes los
protegen de lo que sea. Se ha ido perdiendo el respeto por la figura del
maestro: se nos ha ido desautorizando. La culpa siempre la tienen los otros”,
lamenta. Una actitud que, comenta, no deja de ser sorprendente: “Porque los
padres hoy están muy desorientados y algunos no tienen, literalmente, el tiempo
de educar”. Y, aunque señala que muchos aún confían en el maestro, cada vez son
más los que lo cuestionan, incluso con gran virulencia: “Y yo, como muchos
otros docentes, estoy dispuesta a luchar para educar a los niños, pero los
padres nos han de dar el poder para ello. Si nos desautorizan, si no vamos a la
par… ¡Acabamos!”.
Para Samanta, quien se ha
especializado en coaching para adolescentes, esta crianza hiperprotectora deriva
en “niños tiranos” que, paradójicamente, lo tendrán difícil en la vida como
adultos debido a la excesiva supervisión paterna. Ignasi Schilt también
cree que el excesivo respaldo paterno es contraproducente porque, unido a la ya
habitual falta de límites, produce personas que creen que tienen muchos
derechos pero ningún deber, con el coste que ello implica para la sociedad.
Encima, los niños
sobreprotegidos tampoco lo pasan bien durante la infancia. En parte porque
tanta protección, tantos parachoques, hacen que los miedos los inunden, ya que
no han tenido que enfrentarse a ellos. De ello da fe Cristina Gutiérrez
Lestón, codirectora de La Granja Escola de Santa Maria de
Palautordera: un centro de colonias a las faldas del Montseny especializado
en educación emocional, por el que pasan cada año más de diez mil alumnos.
“En los treinta años que llevo de profesión juro que nunca había visto tantos
niños con tantos miedos. Nunca”, remarca. “En los últimos cinco años ha sido
brutal. Hay miedos a todo y miedos fuertísimos, de parálisis: miedo a sacarse
la chaqueta, a decir no, a decidir, a la comida, a los animales… También hay
una acuciante falta de autonomía que veo que, como los miedos, está causada por
la sobreprotección”. Sobreprotecciones como aquella niña a quien, descubrieron,
su madre le daba el antitérmico Dalsy cada vez que le lavaba el pelo (para que
no se resfriara) o el elevadísimo porcentaje de niños y niñas de segundo de
primaria que todavía usan pañal por la noche porque, para los padres, “todavía
no están preparados para sacárselo”.
Y los niños criados así,
entre tantos algodones y amortiguadores, continúa Cristina, tienen “muchos
miedos y muy exagerados: miedo a uno mismo, a no tener amigos, a perder, a
cosas que te sorprenden: ¡Hay niños que no vienen aquí por miedo a que les
pongamos para comer algo que no les guste!”. Son niños evidentemente sin
autonomía, algo que en un futuro pasa factura: “Porque el miedo provoca que uno
no pueda ser uno mismo y a partir de esto empiezan otros problemas más serios:
la falta de identidad, la tolerancia cero a la frustración…”.
Cristina, que acaba de
publicar un libro sobre educación, Entrena’l per a la vida (Plataforma),
entiende el instinto de protección hacia los hijos. Es algo natural: la inseguridad,
el miedo y las ansias de protegerloson sensaciones que existen
entre la mayoría de los padres. Sin embargo, esta pedagoga cree que es
fundamental preguntarse quién va a educar al hijo o la hija, los padres o los
miedos de los padres: “El problema es que no podemos esconderles las piedras en
el camino porque las piedras están ahí; el mundo está lleno de dificultades”.
Por ello, insta a los padres a que, “si hay piedras, se las enseñen”, y si el
hijo o hija se caen, “miren cómo se cae y le ayuden a levantarse, pero que no
impidan a toda costa que se caiga, porque en la vida hay que saber levantarse.
Los padres tienen que saber que sobreproteger es desproteger”, concluye.
Extret de:
http://educa2.info/2014/10/24/no-toque-a-mi-hijo-porque-los-ninos-de-hoy-tienen-mas-miedos-que-nunca/
"Hi ha dos tipus de pares; els que preparen el camí per al fill, i els que preparen el fill per al camí" Cristina Gutiérrez Lestón (Santa Maria de Palautordera)
Subscriure's a:
Missatges (Atom)